Articulo publicado en la Guia Cultural del Caribe de la Universidad del Norte, Junio de 2007
Si volviera a nacer, volvería a ser compositor
El día sábado 12 de mayo, siendo las 4:30 de la mañana, los gallos de El Banco, Magdalena cantaron llenos de tristeza. A esa hora, desde la bahía más linda de América, un rumor de cumbia melancólica anunciaba que había muerto José Benito Barros Palomino.
Noventa y cinco años antes, un 21 de marzo, había nacido en estas mismas tierras recibido por la comadrona Fermina Socarrás. Su padre fue el comerciante portugués Joao María Barro Traveceido y su madre Eustasia Palomino; fue el menor de cinco hijos y criado por su hermana Clara pues los padres fallecieron en su niñez.
Siempre se consideró un hombre feliz, aseguró mil veces que de volver a nacer, volvería a ser lo que fue: el más grande compositor de América, así lo consideró Agustin Lara. Para todos es el Maestro de Maestros, pues sin duda alguna fue y será el compositor más prolífico y versátil de la música popular colombiana.
Luz marina Jaramillo en su libro José Barros, su vida, su obra asegura que todos los colombianos en alguna ocasión o ambiente “hemos vibrado de alegría y emoción ante las notas y versificaciones de este hombre a quien le ha brotado la música y la poesía como fresca cascada que regala sus aguas a todo el que quiera beber”[1]. Su historia musical no tiene igual; compuso cumbias, paseos, porros, bambucos, tangos, boleros y pasillos; en ella se recogen sus experiencias nacidas entre el paisaje majestuoso de su Banco inmortal entre los montes, playones, ciénagas, y el eterno romance del río Cesar y el río Grande de la Magdalena. Son las historias de sus amores, sus gente y de las anécdotas de sus ancestros junto con las experiencias recogidas en más de de cuarenta años de caminar como vagamundo por la América de sus sueños las que inspiraron su imaginación fecunda.
En las Calles polvorientas de El Banco de principios del siglo XX fue feliz, en ellas descubrió el amor por la vida y su gran pasión, la música. Fue allí donde la influencia de los ritmos autóctonos, el repiquetear de los tambores y el sonar de las cañas de millo, interpretados en las fiestas de Navidad, fiestas de la Virgen de la Candelaria y carnavales, festejos tradicionales de su pueblo, hicieron que su alma floreciera con la música llenándola con el sincretismo del folclor de su población y su esencia de poeta.
De niño, fue sacristán y lustrabotas “Cuando muchachos nos ganábamos la vida sirviendo de sacristán… pero la platica de la sacristía no nos alcanzaba para nada. Era por eso que casi nunca podíamos ir a las grandes películas… nos tocaba quedarnos en la puerta del teatro mirando con envidia a los otros muchachos… y ellos se burlaban de nosotros. Hasta que una tarde le dije a Nicanor Pérez que hiciéramos una sociedad de emboladores con mi hermano Adriano, compramos una caja de embolar… cobrábamos cinco centavos … y ya de noche – orgullosos de la plata tan dignamente ganada- hacíamos la maldad de sonar nuestros bolsillos para picar a los demás muchachos…”[2]
En aquellos tiempos el 2 de febrero se hacía la misa solemne a la Patrona, La Virgen de la Candelaria; los músicos y los bailadores se situaban alrededor de la Virgen morena y rendían su tributo en baile de cumbia, la “misa cumbia” y José barros se gozaba espontáneamente esta y todas las costumbres de su pueblo, las cuales quedaron impresas en su personalidad y en sus recuerdos y con los años, esta mezcla simbiótica subliminó su obra compositiva.
“La vida misma del maestro pareció una de sus canciones: con todos los vaivenes y aventuras, con los contratiempos y sobresaltos del mundo, con la angustia y la agonía de quien sale a recorrer los caminos con la mirada puesta en un horizonte que nunca termina”[3]
En la década de los treinta, el joven compositor parte de su terruño como un polizón en un vapor de los que recorrían en aquellos tiempos el río Grande de la Magdalena, solo lleva con él sus bolsillos vacíos y sus maletas llenas de sueños, “ saturado de la vagancia, me volé de mi casa en 1934, a caminar sin cansancio, a buscar horizontes” [4]. Vaga por Colombia y después recorre la América de sur a norte, para retornar cuatro décadas después al viejo puerto como el maestro de maestros, hijo ilustre de El Banco, a fundar junto con varios amigos como Nicanor Pérez, Emiliano Robles, Rafael Imbrech y Álvaro Morales entre otros el que hoy por hoy es su legado más importante, el ya tradicional Festival de la Cumbia, y para el cual compuso la emblemática cumbia La piragua.
Desde su partida se oye el lamento de los tambores las flautas y el millo mezcladas en una cumbia desgarrada, el XXIII Festival Nacional de la Cumbia se aproxima y él ya no nos acompañará en su presencia física, pero su espíritu inmortal nos guiará con su luz inextinguible.
José Barros, no solo es y será el más grande compositor colombiano, es también un ejemplo de vida, de lucha y de gloria, su paso por este mundo no fue inadvertido, él es ya uno de esos hombres que por sus acciones ha pasado a ser uno de los seres inmortales de la historia.
Agustín Valle Martínez
1 comentario:
me parece de lo mejor esto q estan haciendo por nuestra tierra banqueña, q se de a conocer el banco por todo el potencial literario y cultural que posee
por nuestra querida cumbia y por todo lo representativi de nuestra region
muchas gracias
william alvarado ospino
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