RECURRENTE
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Por Agustin Valle Martinez
Director Taller Literario La Tribu
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Era el frío de la muerte, estaba seguro de ello, lo había experimentado tantas veces que no podía haber error: primero lo cubría tenue sobre los vellos como halo esquimal, luego penetraba como puntillas la piel hasta llegar a los tuétanos; el sendero prolongado, la luz al final, deslumbrante y cegadora. Ahí estaban las puntillas, el dolor intenso en el alma, la luz al final del túnel.
En definitiva estaba pasando, no podía ser otra vez aquel sueño recurrente que le perseguía desde hacía algún tiempo o mejor dicho, desde que se rumoró que estaba en la lista negra de los ángeles de la muerte que ahora limpiaban la ciudad de delincuentes de su calaña. Quiso recordar lo ocurrido hacía solo unos minutos, si estaba muriendo, tenía que saber la forma en que había sucedido. Nada. Trató de imaginarse cómo pudo ocurrir: él corriendo por una calle semioscura mientras los ángeles motorizados le seguían y disparaban sus pistolas, él seguía corriendo en busca de su casa, el corazón latiendo a todo galope, luego sus pasos se volvían torpes, tropiezos, caída, respiración forzada, sentía entonces los latidos de su corazón que se hacían lentos y exiguos pero que retumbaban en todo su cuerpo, el sonido de la moto aumentaba al acercarse, silencio, los pasos de los ángeles, el chasquido de las armas y el ruido ensordecedor de las mismas descargándose en su humanidad. Pretendió despertar otra vez de aquel sueño, tenía que ser un sueño pero fue inútil, no podía hacerlo. Sería la muerte esta vez, cómo había sido entonces, trató una vez más de saber cómo aconteció. Nada. Empezó de nuevo a imaginar sus últimos instantes, intentó despertar del sueño. Nada. Una y otra vez, insistente, enajenante; debía ser la muerte, no había otra explicación, estaba muerto, no sabía cómo pero al fin muerto, sin despedirse siquiera, muerto como perro, como lo que era, decidió en aquel momento resignarse a su suerte.
En definitiva estaba pasando, no podía ser otra vez aquel sueño recurrente que le perseguía desde hacía algún tiempo o mejor dicho, desde que se rumoró que estaba en la lista negra de los ángeles de la muerte que ahora limpiaban la ciudad de delincuentes de su calaña. Quiso recordar lo ocurrido hacía solo unos minutos, si estaba muriendo, tenía que saber la forma en que había sucedido. Nada. Trató de imaginarse cómo pudo ocurrir: él corriendo por una calle semioscura mientras los ángeles motorizados le seguían y disparaban sus pistolas, él seguía corriendo en busca de su casa, el corazón latiendo a todo galope, luego sus pasos se volvían torpes, tropiezos, caída, respiración forzada, sentía entonces los latidos de su corazón que se hacían lentos y exiguos pero que retumbaban en todo su cuerpo, el sonido de la moto aumentaba al acercarse, silencio, los pasos de los ángeles, el chasquido de las armas y el ruido ensordecedor de las mismas descargándose en su humanidad. Pretendió despertar otra vez de aquel sueño, tenía que ser un sueño pero fue inútil, no podía hacerlo. Sería la muerte esta vez, cómo había sido entonces, trató una vez más de saber cómo aconteció. Nada. Empezó de nuevo a imaginar sus últimos instantes, intentó despertar del sueño. Nada. Una y otra vez, insistente, enajenante; debía ser la muerte, no había otra explicación, estaba muerto, no sabía cómo pero al fin muerto, sin despedirse siquiera, muerto como perro, como lo que era, decidió en aquel momento resignarse a su suerte.
Entonces despertó.
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