1. Eva
Entonces fueron abierto los ojos de ambos y se dieron cuenta que estaban desnudos. Ella había observado el desgajar de sus ropas poco a poco, había detallado en su pantaloncillos una gran hoja de parra que se abultaba con el efecto del mariposear de sus manos al recorrer deseosas aquel cuerpo delgado pero firme y atlético; lo sintió su Adán y ella se transformó en Eva. Se creyó en el paraíso.
El aroma de su piel le envolvió como el color de su mirada aceituna hacía solo un instante; sintió desprecio por ella, se había prohibido esta emoción y no lo podía evitar.
Sabía que no era Julia Robert ó Scarlet Ortiz interpretando el papel de su vida con final feliz, era solo Eva, una puta barata y pérdida y en el mundo real las putas son putas y mueren putas, punto.
Carne y placer fueron entonces elevándose hasta el nirvana, Eva quiso estancarse: le haría pecar una y mil veces brindándole eternamente su manzana y él comería insaciable su ambrosía.
Eva abrazó fuerte a Adán que satisfecho desenvainó el ariete aún tieso de su caldera, ella se insinuó provocativa y él se dejó arrastrar una vez más en su magia, ella sonrió complacida imaginándoselo de mil maneras mientras él solo pensaba como haría para pagar este segundo polvo.
2. Recurrente
Era el frío de la muerte, estaba
seguro de ello, lo había experimentado tantas veces que no podía haber error:
primero lo cubría tenue sobre los vellos como halo esquimal, luego penetraba
como puntillas la piel hasta llegar a los tuétanos; luego el sendero
prolongado, la luz al final, deslumbrante y cegadora. Ahí estaban las
puntillas, el dolor intenso en el alma, la luz al final del túnel. En
definitiva estaba pasando, no podía ser otra vez aquel sueño recurrente que le
perseguía desde hacía algún tiempo o mejor dicho, desde que se rumoró que estaba en la lista
negra de los ángeles de la muerte que ahora limpiaban la ciudad de delincuentes
de su calaña. Quiso recordar lo ocurrido hacía solo unos minutos, si estaba
muriendo, tenía que saber la forma en que había sucedido. Nada. Trató de
imaginarse cómo pudo ocurrir: él corriendo por una calle semioscura mientras
los ángeles motorizados le seguían y disparaban sus pistolas, él seguía
corriendo en busca de su casa, el corazón latiendo a todo galope, luego sus
pasos se volvían torpes, tropiezos, caída, respiración forzada, sentía entonces
los latidos de su corazón que se hacían lentos y exiguos pero que retumbaban en
todo su cuerpo, el sonido de la moto aumentaba al acercarse, silencio, los
pasos de los ángeles, el chasquido de las armas y el ruido ensordecedor de las
mismas descargándose en su humanidad. Pretendió despertar otra vez de aquel
sueño, tenía que ser un sueño pero fue inútil, no podía hacerlo. Sería la
muerte esta vez, cómo había sido entonces, trató una vez más de saber cómo
aconteció. Nada. Empezó de nuevo a imaginar sus últimos instantes, intentó
despertar del sueño. Nada. Una y otra vez, insistente, enajenante; debía ser la
muerte, no había otra explicación, estaba muerto, no sabía cómo pero al fin
muerto, sin despedirse siquiera, muerto como perro, como lo que era, decidió en
aquel momento resignarse a su suerte, y entonces despertó.
3. La búsqueda
El germen del mal se había trasladado
genéticamente, bastaba un simple estudio in Vitro para descubrir el origen de
aquella plaga. La catástrofe se acentuaba con el correr del tiempo y el diario
acontecer de hechos definieron su ser. Ahí estaba: vacío, sin rumbo ni futuro,
sin un pasado del cual enorgullecerse, sin un presente, sin nada, solo un mundo
cruel y despiadado, solo quería estar ido y aumentó el volumen de su walkman, buscando un sentido momentáneo
a su vida, solo un fugaz instante, efímero, simple, sencillo. Caminó como lo
había planeado, como era su costumbre, de pronto la vio, no se veía como en la
foto, aquella foto apenas si hacía honor a su belleza, se le acercó para
explorar el terreno y ella lo invadió con su perfume, lo golpeó con su aroma,
sintió desfallecer al descubrir aquello ojos, vio que eran los ojos más
enigmáticos, mágicos, brujos, hechiceros, acaso no era lo mismo, como definirla
entonces, encantadora, atractiva, seductora, maldición que hermosa, pensó una
vez más, que fascinación despertó en él esa hembra, su corazón se aceleraba al
ritmo de la música estridente de sus oídos, ella era maravillosa, atrayente y
tentadora, casi podía imaginársela entre sus brazos, bailando mientras se
desbocaban hacia el sexo, ella lo miró un segundo y de su boca se despertó una
mariposa que le tentó su credo, podía ser ella, podría ser ella la felicidad
que había buscado, ella dio la espalda y siguió su rumbo, él tembloroso en el
andén quedó paralizado, eclipsado por aquella extraña sensación que le despertó
de pronto a un mundo de sentimientos encontrados que huracanaban sus
fundamentos, qué hacer, qué hacer, era ella o él, no había otra salida, apago
la música, saco su arma y disparó sin el menor recelo. En ese momento sintió
como lo invadía de golpe la felicidad.
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